Hace unas cuantas horas reflexionaba sobre algo que comentó un amigo íntimo en su facebook.
Escribió que le molestaba la gente que intenta amargarte la existencia y aquí me encuentro, pensando en una persona de la cual no sé qué esperar.
Desearía confiar en sus argumentos, en que soy bien recibida cada vez que conversamos, que es sólo paranoia mía llegar a la triste conclusión de que sólo me convertí en el chivo expiatorio de sus frustraciones.
Es que suelo ser muy receptiva con cierta clase de timadores :p
Ahora que terminé mi desahogo sano, dejaré la continuación del cuarto libro de Ann Brashares, a modo de ayuda desinteresada, para los que no entienden ni un poquito de inglés. Espero les guste ^^
“La verdadera vida de alguien
es, a menudo, la vida que uno no conduce.”
-Oscar Wilde-
-Carmen,
esto es hermoso. No puedo esperar a que lo veas.
Carmen
se asomó al recibidor, su madre sonaba tan feliz que ella debía estarlo
también, ¿Cómo no podría estar feliz?
-¿Cuándo
piensas mudarte?- preguntó ella, intentando mantener un tono de voz liviano
-Bueno,
necesitamos hacer algo de trabajo. Algo de luces, pintura y acabado de pisos.
Hay
algo de plomería y de electricidad que hacer.
Queremos dejar todo casi listo antes de mudarnos. Espero que a finales
de agosto lo hagamos.
-Vaya,
es pronto.
-Nena,
hay cinco dormitorios, ¿No es increíble? Tiene un hermoso patio para que Ryan
corretee por ahí. – Carmen pensó en su diminuto hermano. Él apenas caminaba
aun, ni hablar de correr. Él crecería en una vida muy diferente a la que Carmen
había tenido.
-Así
que nada más de departamento, ¿eh?
-No.
Es un buen lugar para dos de nosotros, más, ¿no quisimos siempre una casa? ¿No
era lo que siempre decías que querías?
Ella
también quería un hermano para que su madre no estuviese sola. No siempre era
fácil obtener lo que querías – Debo empacar mi habitación – dijo Carmen.
-Tendrás
una habitación mucho más grande en la casa nueva- su madre se apresuró a decir
Sí,
la tendría, pero ¿No era un poco tarde para eso? ¿Tener una casa con patio
y una habitación más grande? ¿No era
demasiado tarde para revivir su infancia? Ella había tenido la que tuvo, había
ocurrido en su pequeña habitación en su
departamento. Resultaba triste y extraño perderlo y también, tardío
reemplazarlo.
¿Dónde
quedaba ella? Sin su vieja vida y no venía exactamente con una nueva. En
el medio, flotando, en ninguna parte. Eso parecía muy apropiado, en cierto
modo.
-Lena pasó ayer
a saludar y a ver a Ryan. Le trajo un frisbee- mencionó su madre con un dejo de nostalgia. - Me gustaría que
estuvieras en casa.
-Sí. Pero yo
tengo todas estas cosas sucediendo aquí.
-Lo sé, nena.
Después de
colgar con su madre, el teléfono volvió a sonar.
-Carmen,
¿dónde estás?
Julia Wyman
sonaba molesta. Carmen miró hacia atrás a su reloj.
-Se supone que
debemos estar haciendo un recorrido a través del set… ¡ahora!
-Ya voy- dijo
Carmen, poniéndose los calcetines mientras sostenía el teléfono con el hombro. -Estaré
ahí.
Salió fuera de
su dormitorio y partió hacia el teatro.
Recordó todo el camino que tenía el pelo sucio y que había tenido la intención
de cambiar sus pantalones, porque los que llevaba la hacían sentirse gorda.
Pero, ¿qué importaba? Nadie la estaba mirando.
Julia estaba
esperando entre bastidores. -¿Me puedes ayudar con esto? -Por su papel en la
producción, Julia llevaba una falda de tweed larga, y de cintura, era demasiado
grande para ella. Carmen se inclinó para trabajar en el pasador de seguridad.
-¿Cómo está
eso?- -preguntó ella, sujetando la cintura por la espalda.
- Está mejor.
Gracias. ¿Cómo se ve?
Julia se veía
bien en él. Julia se veía bien con casi todo, y no necesitaba que Carmen se lo
dijera. Pero Carmen lo hizo, de todos modos.
De una forma extraña, era el trabajo de Julia
lucir bien para ambas. La tarea de Carmen, era sentirse agradecida por ello.
- Creo que
Roland está esperando por ti en el
escenario.
Carmen subió
al escenario, pero Roland no parecía estar esperándola. Él no reaccionó de
ninguna manera cuando la vio.
En estos días
sentía que su presencia tenía el mismo efecto que un fantasma, nadie se fijaba en
ella, pero de pronto el aire se enfriaba.
Carmen entornó los ojos y trató de hacerse
pequeña. No le gustaba estar en el escenario cuando las luces estaban
encendidas.
-¿Necesita algo? -le preguntó a Roland.
-Oh, sí- Él estaba intentando recordar. - ¿Puedes arreglar el telón en la
sala? Se está cayendo.
-Claro- dijo
ella rápidamente, preguntándose si debía sentirse culpable. ¿No había empezado
con ello la semana pasada?
Colocó la escalera, subió tres escalones, y apuntó una pistola de grapas hacia
la pared de madera.
El set de construcción era extraño, ya que siempre se trataba de la impresión,
hecho para ser visto desde particulares
ángulos y no hecho para durar. Existía
en espacio y tiempo, no como una cosa,
sino como un truco.
A ella le gustaba el sonido de la grapa arañando la pared. Era una de las cosas
que había aprendido en la universidad: cómo hacer funcionar una pistola de
grapas. Su padre estaba pagando mucho dinero por ello.
Había aprendido otras cosas también. Cómo ganar diecisiete libras comiendo
comida de la cafetería y chocolate en la
noche, cuando se sentía sola. Cómo ser invisible para los chicos. Cómo no
despertar a las nueve en punto para su clase de psicología. Cómo usar sudaderas
casi todos los días, porque se sentía consciente de sí misma sobre su cuerpo. Cómo eludir a las personas que más amaba en
el mundo. Cómo ser invisible para casi todo el mundo, incluida ella misma.
Era una suerte
que hubiera llegado a conocer a Julia. Carmen era muy afortunada, lo sabía.
Porque Julia era una de las personas más visibles en el campus. Se equilibraban
la una a la otra. Sin Julia en el campus de la universidad Williams, Carmen hubiese comenzado a
sospechar que podría desaparecer por
completo.
Para: Carmabelle@hsp.xx.com
De: Beezy3@gomail.net
Asunto: Carmen-el-oso
Vamos a tener disturbios carmic por aquí.
Sé que estás en el modo de hibernación y yo, de todas las personas, tengo una
idea de lo que se trata.
Pero Carma, es junio. Es hora de salir y
estar con tus amigos que te quieren.
Tratamos de ir a Gilda, pero sin ti no pudimos continuar. No se pudo,
El zumbido de Bee
Era muy diferente ser una chica con novio.
Bridget
meditaba sobre esto mientras caminaba por la calle Edgemere desde la casa de
Lena a la suya.
Su meditación
se había iniciado momentos antes, cuando un hombre que conocía vagamente de la
escuela secundaria salió de su coche y gritó: -¡Hola, preciosa! y sopló un
beso.
En el pasado, podría haberle gritado algo.
Ella podría
haberle devuelto el beso. Podría haberle
levantado el dedo, dependiendo de su estado de ánimo. Más, de alguna manera,
todo parecía diferente ahora que era una chica con novio.
Había pasado casi
un año para acostumbrarse a ello. Era particularmente complejo cuando sólo lo
veías por un día o dos cada mes, cuando
él se iba a la escuela en Nueva York y
tú te ibas a la escuela en Providence, Rhode island. Su estatus era más
teórico.
Por cada chico
que te gritaba desde la ventanilla del coche, por cada chico de primer año de psicología que pasabas por el camino que, en cierto modo,
te observaba, pensabas: “él no se da
cuenta de que tengo novio”.
Cada vez que veía la cara entrañable de Eric, cada vez que aparecía en la
puerta de su dormitorio o iba a su
encuentro en la Autoridad Portuaria de Nueva York, todo regresaba. La forma en
que la besaba. La manera en que llevaba los pantalones, la forma en que se
quedaba despierto toda la noche con ella para que estuviera lista para el segundo trimestre de español. Más se convirtió
en teórico luego que Eric le
contó sobre México. Había conseguido un trabajo como asistente de dirección en
su campamento antiguo en Baja California.
-Me voy el día después
del final de las clases- le había dicho por
teléfono en abril.
No había
incertidumbre, ni preguntas ni una pausa
prolongada. No había nada para ella.
Apretó la mano con más fuerza alrededor del teléfono, pero no quería traicionar sus sentimientos
caóticos. No era buena para quedarse.
-¿Cuándo volverás? -preguntó ella.
-A finales de
septiembre. Me voy a quedar durante un mes con mis abuelos en Mulegé. Mi abuela
ya comenzó a cocinar - Su risa era luminosa y dulce. Él actuaba como si fuera a
estar tan contenta por él como lo estaba
por sí mismo. Él no comprendía su oscuridad.
A veces tú colgabas el teléfono y sentías los golpes de tu
corazón. Dolía ahora y dolería más
tarde. La conversación era muy insatisfactoria como para continuarla y sin embargo, no podías
soportar que terminara. Bridget quería tirar el teléfono y también a sí misma,
contra la pared.
Había creído que los planes de Eric para
el verano la incluirían, de alguna manera.
Ella pensaba que
tener un novio significaba planear su futuro en armonía. ¿Era su certeza debido
a que ella se lo hacía tan fácil?, ¿o era la indiferencia?
Fue a dar un largo plazo y conversó consigo misma en voz baja. No era como si estuvieran
casados ni nada.
No se sentía herida por lo mismo. Sabía que no era personal. El trabajo de
ayudante de dirección era un golpe de suerte, que pagaba bien y lo
acercaba a su familia lejana.
No se sentía herida, exactamente, pero en los días después de que él se lo
dijo, ella consiguió la energía necesaria para moverse. No sentía que debiera
quedarse por ahí extrañándolo. Si no hubiera sido tomada por sorpresa, atrapada
en una presunción dolorosa,
probablemente no se hubiera inscrito para la excavación en Turquía tan
pronto.
Eric no podía
esperar que se sentara a aguardar por
él. Eso no era algo que ella pudiera hacer.
¿Por cuánto tiempo podía granjearse de tener un novio cuando este planeaba estar lejos de mayo hasta
finales de septiembre? ¿Por cuánto tiempo podrían actuar como pareja? Ella no
era una persona de clase teórica.
Fue después de la conversación acerca de México que realmente comenzó a preguntarse estas cosas.
Después le pareció que, por cada hombre
que veía en su camino a clase, tenía la sensación de que su estatus como una
chica con novio, en su lugar, era una exigencia de algo que había dado muy ansiosamente.
Tibby miró la
hora en su registro. Faltaban cuatro minutos para dejar su turno y por lo menos,
había doce personas en la fila.
Leyó en una pila
de seis películas de una niña pre púber, que usaba una sombra de ojos brillante
de color plateado y una gargantilla demasiado llamativa. ¿Los ojos de la niña eran protuberantes o Tibby se lo estaba imaginando?
- ¿Vas a ver todo
esto? -Tibby le preguntó con aire ausente. Era viernes. Los cargos por mora
eran una patada el lunes. La goma de la niña tenía un fuerte olor de sandía.
Mientras la chica mascaba, Tibby pensó en los pescadores de pelícanos, con los
anillos alrededor del cuello para que no pudieran tragar sus capturas.
-Porque voy a
tener una fiesta de pijamas. Habrá, como siete de nosotras. Quiero decir, si
puede venir Callie. Y si no puede, no debería llevar esa, porque todo el mundo
la odia.
“¿Nos gusta eso?” Tibby se preguntaba, mientras la niña empezó a
describir cada uno de los gustos específicos de sus amigas. Ahora, su turno
terminaría en dos minutos. Tibby se
maldijo por haber iniciado la conversación, en primer lugar. Ella siempre
olvidaba el hecho molesto de la formulación de preguntas: las personas tienden
a responder.
Tenía once clientes todavía que atender antes de que pudiera, razonablemente,
cerrar su caja, y ella no sería más pagada.
– Ésta está cerrando- gritó al
incipiente número doce antes de que pudiera invertir tiempo en su fila.
La siguiente persona era un hombre joven
con barba de chivo y una cazadora por
encima de su capa de portero.
Cuando se movió esta se abrió y Tibby
pudo ver que su nombre era Carl.
Quería decirle que su película estaba bien,
pero apestaba al terminar y la secuela era un insulto a su cerebro, pero se
obligó a pensar en el comentario y no lo dijo. Esa sería su regla en el futuro.
Podía admitirse a sí misma que a ella le gustaba hablar más que escuchar.
Cerró su caja, dijo sus adioses, y caminó a lo largo de Broadway, antes de
entrar a la calle Bleecker y luego, a la
entrada de su dormitorio. Lo malo de su trabajo era que le pagaban un poco más del salario mínimo. Lo bueno de
su trabajo era que se encontraba a tres cuadras de distancia.
El vestíbulo de su dormitorio estaba frío y vacío, salvo por el guardia de
seguridad en su escritorio. Todo era diferente ahora que era verano. No había
estudiantes charlando, no había sinfonía de tonos de celulares
llamando.
Hace un mes, el tablón de anuncios grande había sido llenado con veinte avisos
de espesor. Ahora estaba limpio hasta el corcho.
Durante el año escolar, el ascensor era socialmente impuesto. Demasiado tiempo
para mirar y evaluar y juzgar. En el espacio normalmente lleno de gente, ella
sentía la necesidad de significar algo para cada uno de sus compañeros de
viaje, incluso aquellos cuyos nombres no sabía. Ahora, con el lugar vacío, sentía que combinaba con
la falsa madera veteada de la pared.
Esta noche las salas estarían vacías. Los programas de verano no se iniciarían hasta
después del cuatro de julio. E incluso
entonces no serían más que gente nueva, de carácter temporal, y no sus amigos,
y no del tipo del que te preocupabas en el ascensor. Se habrían ido a mediados
de agosto.
Era una cosa extraña la universidad. Sentías como si fueras a dar con la búsqueda de tu vida allí. Cada persona que
veías, pensabas: “¿Va a significar algo
para mí? ¿Vamos a meternos en la vida de los demás? Ella había hecho un
grupo de pocos amigos verdaderos en su piso y en las clases de sus películas, pero
la mayoría de la gente que ella veía,
sabía, de buenas a primeras, que no significarían nada. Al igual que las chicas
del equipo de natación que decoraban sus caras con pintura de color morado para
demostrar espíritu de escuela, o un chico con el pelo en la cara borrosa, que
vestía la camiseta de Warhammer.
Pero, de nuevo, intervino la voz que
recientemente había llegado a considerar como Meta-Tibby (su auto-razón, nunca apurada o irritable), ¿quién hubiera imaginado
el primer día en el 7-Eleven, que Brian sería tan importante?
En los cuatro años, desde la primera vez que había conocido a Brian, muchas cosas habían
cambiado. Aunque Brian insistía en que la había amado desde la primera vez que
la conoció, ella había pensado que era un doofus para todas las edades. Ella se
había equivocado. Estuvo mal. Ahora
tenía un profundo cosquilleo
abdominal cada vez que pensaba en estar
cerca de él.
Hacía nueve meses
desde que ellos se habían... ¿qué? Ella
odiaba el término conectado.
Nueve meses desde que habían nadado en ropa interior luego de horas, en la
piscina pública y la había besado con
fiereza y se habían enlazado fuertemente, hasta que sus manos y dedos de los pies se
volvieron arrugados y sus labios de color azul.
Ellos no habían tenido relaciones sexuales todavía. No oficialmente, a pesar de
las súplicas de Brian. Pero desde aquella noche de agosto, sentía como si su
cuerpo le perteneciera a Brian, y su
cuerpo a ella. Desde aquella noche en la piscina, la forma en que se querían
había cambiado.
Antes, ellos tenían su espacio personal. Después, compartían el espacio. Antes
de esa noche, si le tocaba el tobillo a ella en la mesa del comedor, se
ruborizaba y obsesionaba y llenaba de
sudor su blusa.
Después de esa noche siempre había alguna parte que tocar. Leían juntos en una
cama doble con todas las partes de sus cuerpos superpuestos, aun concentrados
en sus libros. Bueno, para concentrarse un poco en sus libros.
Esta noche este lugar estaría tranquilo.
En algún nivel echaba de menos a Bernie, que practicaba su forma de cantar
ópera de nueve a diez, y a Deirdre, que
cocinaba, en verdad, en el piso de la
cocina comunitaria. Pero era un descanso estar sola. Escribiría e-mails a sus amigas y se depilaría las axilas y las piernas antes de que Brian llegara por la mañana. Tal vez
pediría comida tailandesa al sitio que
estaba a la vuelta de la esquina.
Ella lo recogería para no tener que pagar por
la entrega. Odiaba ser tacaña, pero no podía permitirse el lujo de
gastar otros cinco dólares.
Ella encajó su llave en la cerradura
suelta. Tan imprecisa era la cerradura que sospechaba que daría vuelta, prácticamente,
con cualquier llave del dormitorio. Quizás,
cualquier llave en el mundo. Era un pequeño candado tarty. Abrió la puerta y sintió
una vez más el agradecimiento familiar por ella sola. ¿A quién le importaba si
se trataba de siete por nueve pies? ¿A quién le importaba si se ajustaba más al
clóset de una sala real? Era suyo. A diferencia de su casa, sus cosas se
conservaban tal cual como las dejaba.
Su mirada se dirigió primero a la pulsación de luz bajo el botón de encendido
en su computadora. Pasó a la segunda luz verde fija de la batería de su cámara,
completamente cargada. A la tercera, en el destello brillante de los ojos, de
un alto niño de pelo castaño y de
diecinueve años, sentado en su cama.
Una descarga en su estómago, piernas,
costillas y cerebro. Eran los latidos del corazón.
-¡Brian!
-Oye - dijo bajito. Se podría decir que él estaba
tratando de no asustarla.
Dejó caer su bolso y se dirigió hacia él, al instante, ansiosa, se adhirió a sus extremidades.
-Pensé que ibas a
venir mañana.
-No pude durar más de cinco días- dijo, con la cara pegada a
su oído.
Era tan bueno que
estuviera a su alrededor. Le encantaba
esa sensación. Ella nunca se acostumbraba.
Era demasiado
bueno. Injustamente bueno. No podía desalojar a su visión del mundo y que las cosas se equilibraran. Pagabas por lo que tenías. En
cuanto a la felicidad, esta siempre se sentía como un derroche de dinero.
La mayoría de los
chicos decían que llamarían mañana y llamaban el próximo sábado o no lo hacían
en absoluto. La mayoría de los chicos decían que estarían allí a las ocho y se
presentaban a las nueve y cuarto.
Te mantenían sin consuelo, queriendo y deseando, y molesta contigo misma por
todos los momentos que pasabas así.
Ese no era Brian. Brian prometía venir el sábado y llegaba el viernes, en su
lugar.
- Ahora estoy feliz- dijo él
en su cuello.
Ella bajó la
mirada hacia el lado de su cara, al varonil brazo. Era tan hermoso, y sin
embargo, lo llevaba a la ligera. La
forma en que parecía que no era lo que hacía que lo amara, pero ¿era malo
notarlo?
Él le dio la vuelta sobre la cama. Ella forzó a sus zapatos para salir de sus
pies. Él le sacó su blusa y puso su cabeza
sobre su vientre desnudo, sus brazos alrededor de sus caderas, sus rodillas
dobladas en la pared. Si esta habitación era pequeña para ella, apenas contenía
a Brian cuando se estiró. No podía dejar de patear la pared de vez en cuando.
Esta noche se alegraba de no tener que sentirse culpable por el hombre en la
11-C.
Era algo así como un milagro, eso era. Su propia habitación. No te ocultabas
ni mentías, no te salías con la tuya. Ningún padre o madre a
quien dar cuentas de tu tiempo. Ningún toque de queda que evadir.
El tiempo se reducía. Ellos comían lo que querían para la cena, o al menos, lo
que podían permitirse. Recordó la noche en que habían tenido dos barras de Snickers cada
uno para la cena y el helado de crema para el postre. Se quedaban dormidos
juntos, con la mano en el pecho o en el
valle de la cintura, y se despertaban juntos a la luz del sol desde su ventana
orientada al este. Era tan bueno. Demasiado bueno. ¿Cómo ella podía
hacer esto?
-Te amo- murmuró
él, con las manos pasando debajo de su camiseta. No se desconectaba de ese golpe,
ese vacío momentáneo en el que estaba destinada a responderle. Sus manos
estaban ya en sus hombros, esperando por
darle un beso de verdad. No necesitaba
decirlo de nuevo.
Ella solía tener
la idea, una creencia no probada, que amar de verdad a alguien era una especie
de danza espejo. Eras amado en respuesta exacta a cuánto estabas dispuesta a
amar.
Brian no era así.
Amaba abiertamente y sin esperar reciprocidad. Era algo que la asombraba, pero
que lo distinguía, como si él hablara mandarín o pudiera encestar una pelota de
baloncesto.
Ella metió la mano debajo de su camiseta, sintiendo su espalda caliente, los huesos de ángel.
- Te amo- dijo.
Él no pregunto eso, pero ella lo dijo igual.
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