Para una persona atea como yo es difícil enfrentar la muerte; por un lado, desearía por el bien de la persona que perdí que el cielo exista, que su alma descanse al fin en un bello lugar, donde se reencuentre con todos los que ya se han ido, que todas sus dolencias y padecimientos terrenales se borren y su nueva vida sea una gran aventura...
No puedo admitir que no duele, que no esté extrañando ni llorando, sólo un par de días no bastan para quitarte la espina clavada... tampoco te pueden hacer abrazar una fe de la que careces, pero sí te ayuda a valorar todo. A lo largo de mis veintisiete años he perdido a mucha gente y todas esas vidas que se disiparon en la bruma siguen formando parte de mi ser. Si sonrío es por ellos, si trato bien a los demás es que estoy intentando ser como ellos; si alguien me sacude los cimientos y trata de humillarme, saco el humor de mi abuelo y ahí finaliza el asunto.
Ahora intentaré ser expresiva, hacer todo aquello que en vida mi prima habría querido. Hice las paces con todos mis recuerdos tristes, porque las almas valiosas, honestas y gentiles logran modificar todo lo malo que hay en ti. Como dice una canción: "Es gracioso que cuando mueres te empiezan a escuchar"
Yo he escuchado; cantaré, pintaré, celebraré la vida, ignoraré a quiénes quieran dañarme y cuando quiera lo expresaré. Ya no hay dolor tan grande que supere otros, sólo queda amor.
Nos vemos en unos cuántos.... muchos años más o cuando la divinidad así guste.
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Emilia