Voy rumbo al metro, caminando con mi libro de la Hermandad de la Daga Negra. Me siento en el último vagón, sin apenas notar a la gente a mi alrededor.
Me acomodo, con el libro muy en alto, esperando, tal vez, con algo de malicia, que algún hombre mire la portada y diga: "Oh, un libro porno de mina" ¬¬
El tren parte y pongo a todo volumen a Ludacris, la música perfecta para leer este libro.
Siento unas miradas sobre mí. Pero bueno no me importa.
Despierto de ese sueño medio loco que he tenido, ¿cuando será el día en que las editoriales nos traigan a HDN y podamos incomodar a la gente? *suspiro*
Anya obtuvo el extracto del blog de ladaganegra y me ha autorizado a ponerlo en el mío, Nobleza de sangre, podrán decir.
Partí con esa loca introducción para no ser igual a ella. Las dos somos muy similares, pero nuestro sello es distinto ^^ ¡Adoro eso! Salvo cuando peleamos ¬¬
Manny Manello no quería que nadie conduciera su Porsche. De hecho, salvo el mecánico, nadie lo había hecho.
Esta noche, sin embargo, Jane Whitcomb estaba detrás del volante porque: uno, ella era competente y podría cambiar de marcha sin moler su transmisión en un árbol; dos, Jane había mantenido que el único modo de llevarlo a donde iban era si ella estaba al mando: y tres, él aún estaba conmocionado por ver a alguien que había enterrado salir de los arbustos con un Hey-cómo-estás.
Tenía muchas preguntas. Un gran cabreo, también. Y, seh, tenía la esperanza de conseguir un lugar de paz, luz y sol y toda esa mierda ñoña, pero no estaba conteniendo la respiración por eso. Lo que era un tanto irónico. ¿Cuántas veces había mirado el techo durante la noche, todo repantigado en la cama con algún Lagavulin, rezando para que su ex jefa de trauma volviera?
Manny miró su perfil. Iluminada por el resplandor del salpicadero, ella seguía siendo inteligente. Seguía siendo fuerte.
Seguía siendo su tipo de mujer.
Pero eso nunca había pasado. Además de todas las mentiras sobre su muerte, estaba el anillo de bronce gris en su mano izquierda.
—Te has casado —dijo él.
Ella no lo miró, simplemente siguió conduciendo.
—Sí, así es.
El dolor de cabeza que había brotado en el instante en que ella había salido de detrás de su tumba instantáneamente pasó de malo a espantoso, y los sombríos recuerdos que el Lago Ness tenía debajo de la superficie de su mente consciente lo tentaban y le hacían querer revelarlos.
Tuvo que cortar esa búsqueda cognitiva y echarla fuera, sin embargo, antes sufrió un aneurisma por la presión: mientras se perdía en su propia mente, tenía la sensación de que podía provocarse un daño permanente si seguía luchando.
Miró por la ventanilla del coche, los esponjosos pinos y los mullidos robles que se alzaban hacia la luna, el bosque que recorría las afueras de Caldwell crecía más grueso a medida que se dirigían al norte de la ciudad y los puentes gemelos del centro.
—Moriste aquí —dijo con gravedad—. O, al menos, fingiste hacerlo.
Ellos habían encontrado su Audi, entre los árboles, en un tramo de carretera no lejos de aquí, el coche se había salido del arcén. Sin embargo, no había ningún cuerpo a causa del fuego.
Jane se aclaró la garganta.
—Siento que todo lo que tengo es un “lo siento”. Y eso apesta.
—No es una fiesta para mí tampoco.
Silencio. Más silencio. Pero él no era el único culpable si lo único que recibía a cambio era lo siento. Además, no estaba completamente en la ignorancia. Sabía que ella tenía un paciente que quería que él tratase… bueno, eso era todo, ¿no?
Finalmente, ella giró a mano derecha hacía el desvío de… ¿un camino de tierra?
—Para tú información —murmuró Manny—, este coche fue construido para pistas de carretera, no para terrenos escabrosos.
—Éste es el único camino.
¿A dónde?, se preguntó.
—Vas a deberme algo por esto.
—Eres el único que puede salvarla.
Los ojos de Manny brillaron.
—No me dijiste que era un “ella”.
—¿Acaso importa?
—Teniendo en cuenta lo poco que sé, todo importa.
A diez metros, pasaron a través de innumerables charcos que eran tan profundos como malditos lagos y, mientras su Porsche se salpicaba, él rechinó los dientes:
—Una vez solucionado lo de esta paciente, quiero venganza por lo que le estás haciendo a mi coche.
Jane dejó escapar una risita y, por alguna razón, eso hizo que le doliese el centro del pecho –nada bueno iba a venir de la morada de su basura emocional. No era como si ellos hubiesen estado juntos-, seh, había habido atracción por su parte. Y, también, un beso. Sin embargo, eso era todo.
Y, ahora, ella era la Señora De Otro.
Unos cinco minutos más tarde, se acercaron a unas puertas que parecían haber sido construidas durante las Guerras Púnicas. La cosa estaba colgando en la perspectiva de Alicia en el País de las Maravillas, el eslabón de la cadena estaba jodido y roto en algunos lugares, la cerca que la dividía en dos tenía más de cuatro metros de alambre de púas que había visto tiempos mejores.
Sin embargo, se abrió sin problemas. Y, mientras accedían, vio la primera cámara de video.
Mientras avanzaban a paso de tortuga, una extraña niebla rodó por nada en particular, el paisaje se volvió borroso hasta que no pudo ver más allá de doce centímetros por delante de la rejilla del coche. Cristo, era como si estuvieran en un episodio de ScoobyDoo.
La siguiente puerta se encontraba en un estado un poco mejor y la que vino después era aún más nueva, y la que vino después de ésta.
La última puerta a la que llegaron era de un resplandeciente escupe-y-brilla y muy parecida a Alcatraz: la cabrona se alzaba varios metros por encima de la tierra y había advertencias de alta tensión por todas partes. ¿Y en cuanto a la pared? Esa mierda no era nada para el ganado, más parecido a velocirraptores, y qué te apostabas a que la piedra tenía un grosor de medio metro.
Manny giraba la cabeza de un lado a otro a medida que avanzaban y empezaban a descender a un túnel que podría haber tenido una señal de “Holanda” o de “Lincoln” clavada por su robustez e iluminación.
Cuanto más bajaban, más se alzaba la pregunta que le había golpeado desde que la había visto por primera vez: ¿por qué fingir su muerte? ¿por qué provocar ese tipo de caos que lo había afectado a él y a todas las personas que habían trabajado en el St. Francis? Ella nunca había sido cruel, nunca había sido mentirosa y nunca había tenido problemas financieros ni había salido corriendo.
Ahora lo sabía sin que ella se lo dijera con palabras.
El Gobierno de los EE.UU.
Este tipo de escenario, con este tipo de seguridad… ¿escondido a las afueras de una ciudad lo bastante grande, pero no tan grande como Nueva York, Los Ángeles o Chicago? Tenía que ser el gobierno. ¿Quién más podría pagar esto?
¿Y quién demonios era esa mujer que él iba a tratar?
El túnel terminó en un garaje que debía ser comunitario, con sus pilones y pequeños puntos pintados de amarillo y, sin embargo, tan grande como parecía y sólo había un par de camionetas con vidrios tintados y un pequeño autobús también con los cristales oscurecidos.
Después de que ella aparcase el Porsche, una puerta de acero se abrió y…
Una mirada al enorme tipo que salió y la cabeza de Manny explotó, el dolor detrás de los ojos fue tan intenso que se quedó inmóvil en el asiento, con los brazos cayendo a los lados y la cara contrayéndose por el dolor.
Jane le dijo algo. Una puerta fue abierta.
El aire que le golpeó olía a seco y vagamente como a tierra… pero había algo más. Colonia. Un olor a especias que estaba entre costoso y agradable, pero también sintió un curioso deseo de alejarse.
Manny se obligó a abrir los párpados. Su visión era inconstante como el infierno, pero era increíble lo que podías hacer si tenías que hacerlo, y mientras enfocaba la cara que había frente a él, se encontró mirando al hijo de puta con barba de chivo que había…
En una ola de dolor, sus ojos se pusieron blancos y estuvo a punto de vomitar.
—Tienes que liberarle la memoria —oyó que decía Jane.
Hubo alguna conversación en este momento, la voz de su ex colega se mezclaba con los tonos profundos del tipo con los tatuajes en la sien.
—Está matándolo…
—Hay demasiado riesgo…
—¿Cómo diablos va a operar así?
Hubo un largo silencio. Y luego, de repente, el dolor se levantó hacia atrás como si fuera un velo y los recuerdos inundaron su mente.
El paciente de Jane. De vuelta al St. Francis. El hombre de la barba de chivo y… el corazón de seis válvulas.
Manny abrió los ojos y los clavó en esa cruel cara.
—Te conozco.
El tipo se había presentado en su oficina y había cogido los archivos de su corazón.
—Sácalo del coche —fue la única respuesta del de la perilla—. No confío en mí mismo para tocarlo.
Menuda bienvenida.
Mientras el cerebro de Manny luchaba por ponerse al día con todo, al menos sus pies y sus piernas parecían empezar a funcionar bien. Y después de que Jane lo ayudara a ponerse en vertical, la siguió a ella y al enemigo de la barba de chivo hasta una instalación que era tan anodina y limpia como cualquier hospital: los corredores estaban despejados, había luces fluorescentes con paneles en el techo y todo olía a Lysol.
Había también varias cámaras de seguridad repartidas a intervalos regulares, como si el edificio fuese un monstruo con muchos ojos.
Mientras caminaban, Manny supo que no debía hacer ninguna pregunta. Bueno, eso y que tenía esparcida la membrana, estaba bastante jodido y seguramente la deambulación era lo único que estaba en la medida de sus capacidades en este momento.
Puertas. Pasaron muchas puertas. Todas fueron cerradas y, sin duda, bloqueadas.
Finalmente, Jane se detuvo frente a un par de puertas dobles. Ella estaba nerviosa, y no le hizo sentir como si tuviera una pistola en la cabeza: en el quirófano, en innumerables líos de traumas, ella siempre había mantenido la calma. Esa había sido su marca registrada.
"Esto es algo personal", pensó. De alguna manera, lo que fuera que había al otro lado era importante para ella.
—Tengo buenas instalaciones aquí —dijo ella—, pero no todo. No hay resonancia magnética. Sólo TAC. Pero el quirófano debería ser adecuado y, no sólo puedo ayudar yo, tengo una excelente enfermera.
Manny respiró profundamente, hasta el fondo. Ya fuera por sus años de formación y experiencia o porque era un hombre, se deshizo de todo el bagaje y flujo persistente de ow-ow-ow en la cabeza y la extrañeza de este descenso al país de 007.
¿Lo primero en la lista? Echar al cabreado del gallinero.
Miró por encima del hombro al de la perilla.
—Tienes que dar marcha atrás, mi hombre. Te quiero fuera de la sala.
La respuesta de él le dio una noticia de última hora… El hijo de puta dejó al descubierto un par de colmillos terriblemente largos y gruñó, como un perro.
—Muy bien —dijo Jane, metiéndose entre ellos—. Eso está genial. Vishous esperará aquí.
¿Vishous? ¿Había oído bien?
Lo que fuese. Tenía trabajo que hacer y, tal vez, el hijo de puta podría ir a masticar cuero duro o algo así.
Manny entró en la sala de examen…
Oh… Dios mío.
Oh… Señor del cielo.
La paciente que había en la mesa estaba tan quieta como el agua y… era, probablemente, la cosa más hermosa que había visto nunca. El pelo era negro azabache y lo llevaba entrelazado en una gruesa trenza que colgaba del lado libre de su cabeza. La piel era de un oro marrón, como si fuera de origen italiano o hubiera estado recientemente al sol. Sus ojos… sus ojos eran como diamantes, lo que venía a decir que eran un tanto incoloros y brillantes, con nada más que un borde oscuro alrededor del iris.
—¿Manny?
La voz de Jane estaba detrás de él pero, sin embargo, sentía como si ella estuviese a kilómetros de distancia. De hecho, todo el mundo estaba en otra parte, nada existía, excepto la mirada de su paciente cuando ella lo miró desde la mesa.
"Finalmente ha sucedido", pensó. Toda su vida se había estado preguntando por qué nunca se había enamorado y ahora sabía la respuesta. Había estado esperando este momento, esta mujer, esta vez.
"Esta mujer es mía", pensó.
—¿Es usted el sanador? —dijo ella en una voz baja que le detuvo el corazón, sus palabras magníficamente pronunciadas y, también, un poco sorprendidas.
—Sí —se sacó la chaqueta y la tiró a un rincón, le importó una mierda dónde fue a parar—. Para eso estoy aquí.
Mientras Manny se acercaba, esos impresionante ojos de hielo se inundaron con lágrimas.
—Mis piernas… siento como que van a moverse, pero no lo hacen.
El dolor fantasma. No era una sorpresa si estaba paralizada.
Manny se detuvo a su lado y miró su cuerpo, que estaba cubierto con una sábana. Era alta. Debía de medir por lo menos un metro ochenta. Y estaba construida con un poder elegante.
Era un soldado, pensó él, mirando la fuerza de sus brazos. Era una luchadora.
Dios, la pérdida de movilidad en alguien como ella le quitaba el aliento. Por otra parte, incluso si eras un teleadicto, la vida en una silla de ruedas era una perra y media.
Se acercó y le tomó la mano, y en el instante en que hizo contacto, todo su cuerpo se sacudió, como si ella fuese la toma de enchufe a su interior.
—Voy a cuidar de ti —le dijo mientras la miraba fijamente a los ojos—. Quiero que confíes en mí.
Ella tragó saliva mientras una lágrima de cristal se deslizaba hacia abajo por su sien. Por instinto, él se adelantó con la mano libre y la tomó…
El gruñido que se filtró desde la puerta rompió el hechizo que lo tenía atado y lo convirtió en una especie de presa. Y cuando miró hacía el de la barba de chivo, sintió como que le devolvía los gruñidos al hijo de puta. Lo que, por supuesto, no tenía sentido.
Sin soltar la mano a su paciente, le ladró a Jane:
—Saca a ese bastardo miserable de mi sala de operaciones. Y quiero ver los condenados escáneres. Ahora.
Incluso si lo mataban, él iba a salvar a esa mujer.
Y, mientras los ojos del perilla brillaban con puro odio, pensó, bueno, mierda, que sólo podría venir a eso…
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