lunes, 7 de mayo de 2012

Siempre en azul [II]


Hace unas cuantas horas reflexionaba sobre algo que comentó un amigo  íntimo en su facebook.
Escribió que le molestaba la gente que intenta amargarte la existencia y aquí me encuentro, pensando en una persona de la cual no sé qué esperar.
Desearía confiar en sus argumentos, en que soy bien recibida cada vez que conversamos, que es sólo paranoia mía llegar a la triste conclusión de que sólo me convertí en el chivo expiatorio de sus frustraciones.

Es que suelo ser muy receptiva con cierta clase de timadores :p

Ahora que terminé mi desahogo sano, dejaré la continuación del cuarto libro de Ann Brashares, a modo de ayuda desinteresada, para los que no entienden ni un poquito de inglés. Espero les guste ^^




 “La verdadera vida de alguien es, a menudo, la vida que uno no conduce.”

                 -Oscar Wilde-


-Carmen, esto es hermoso. No puedo esperar a que lo veas.

Carmen se asomó al recibidor, su madre sonaba tan feliz que ella debía estarlo también, ¿Cómo no podría estar feliz?

-¿Cuándo piensas mudarte?- preguntó ella, intentando mantener un tono de voz liviano

-Bueno, necesitamos hacer algo de trabajo. Algo de luces, pintura y acabado de pisos.
Hay algo de plomería y de electricidad que hacer.  Queremos dejar todo casi listo antes de mudarnos. Espero que a finales de agosto lo hagamos.

-Vaya, es pronto.

-Nena, hay cinco dormitorios, ¿No es increíble? Tiene un hermoso patio para que Ryan corretee por ahí. – Carmen pensó en su diminuto hermano. Él apenas caminaba aun, ni hablar de correr. Él crecería en una vida muy diferente a la que Carmen había tenido.

-Así que nada más de departamento, ¿eh?

-No. Es un buen lugar para dos de nosotros, más, ¿no quisimos siempre una casa? ¿No era lo que siempre decías que querías?

Ella también quería un hermano para que su madre no estuviese sola. No siempre era fácil obtener lo que querías – Debo empacar mi habitación – dijo Carmen.

-Tendrás una habitación mucho más grande en la casa nueva-  su madre se apresuró a decir

Sí, la tendría, pero ¿No era un poco tarde para eso? ¿Tener una casa con patio y  una habitación más grande? ¿No era demasiado tarde para revivir su infancia? Ella había tenido la que tuvo, había ocurrido en su pequeña habitación  en su departamento. Resultaba triste y extraño perderlo y también, tardío reemplazarlo.

¿Dónde quedaba ella? Sin su vieja vida  y no venía exactamente con una nueva. En el medio, flotando, en ninguna parte. Eso parecía muy apropiado, en cierto modo.


-Lena pasó ayer a saludar y a ver a Ryan. Le trajo un frisbee-   mencionó su madre con  un dejo de nostalgia. - Me gustaría que estuvieras en casa.


-Sí. Pero yo tengo todas estas cosas sucediendo aquí.


-Lo sé, nena.


Después de colgar con su madre, el teléfono volvió a sonar.


-Carmen, ¿dónde estás?


Julia Wyman sonaba molesta. Carmen miró hacia atrás a su reloj.


-Se supone que debemos estar haciendo un recorrido a través del set… ¡ahora!


-Ya voy- dijo Carmen, poniéndose los calcetines mientras sostenía el teléfono con el hombro. -Estaré ahí.


Salió fuera de su dormitorio y  partió hacia el teatro. Recordó todo el camino que tenía el pelo sucio y que había tenido la intención de cambiar sus pantalones, porque los que llevaba la hacían sentirse gorda. Pero, ¿qué importaba? Nadie la estaba mirando.


Julia estaba esperando entre bastidores. -¿Me puedes ayudar con esto? -Por su papel en la producción, Julia llevaba una falda de tweed larga, y de cintura, era demasiado grande para ella. Carmen se inclinó para trabajar en el pasador de seguridad.

-¿Cómo está eso?- -preguntó ella, sujetando la cintura por la espalda.

- Está mejor. Gracias. ¿Cómo se ve? 


Julia se veía bien en él. Julia se veía bien con casi todo, y no necesitaba que Carmen se lo dijera. Pero Carmen lo hizo, de todos modos.
 De una forma extraña, era el trabajo de Julia lucir bien para ambas. La tarea de Carmen, era sentirse agradecida  por ello.


- Creo que Roland está esperando por  ti en el escenario.


Carmen subió al escenario, pero Roland no parecía estar esperándola. Él no reaccionó de ninguna manera cuando la vio.
En estos días sentía que su presencia tenía el mismo efecto que un fantasma, nadie se fijaba en ella, pero de pronto el aire se enfriaba.
 Carmen entornó los ojos y trató de hacerse pequeña. No le gustaba estar en el escenario cuando las luces estaban encendidas.

-¿Necesita  algo? -le preguntó a Roland.


-Oh, sí-  Él estaba intentando  recordar. - ¿Puedes arreglar el telón en la sala? Se está cayendo.


-Claro- dijo ella rápidamente, preguntándose si debía sentirse culpable. ¿No había empezado con ello la semana pasada? 

Colocó la escalera, subió tres escalones, y apuntó una pistola de grapas hacia la pared de madera.
El set de construcción era extraño, ya que siempre se trataba de la impresión, hecho para ser visto desde  particulares ángulos  y no hecho para durar. Existía en espacio y tiempo,  no como una cosa, sino como un truco.
A ella le gustaba el sonido de la grapa arañando la pared. Era una de las cosas que había aprendido en la universidad: cómo hacer funcionar una pistola de grapas. Su padre estaba pagando mucho dinero por ello.
Había aprendido otras cosas también. Cómo ganar diecisiete libras comiendo comida de la cafetería y  chocolate en la noche, cuando se sentía sola. Cómo ser invisible para los chicos. Cómo no despertar a las nueve en punto para su clase de psicología. Cómo usar sudaderas casi todos los días, porque se sentía consciente de sí misma sobre su cuerpo.  Cómo eludir a las personas que más amaba en el mundo. Cómo ser invisible para casi todo el mundo, incluida ella misma.


Era una suerte que hubiera llegado a conocer a Julia. Carmen era muy afortunada, lo sabía. Porque Julia era una de las personas más visibles en el campus. Se equilibraban la una a la otra. Sin Julia en el campus de la universidad  Williams, Carmen hubiese comenzado a sospechar  que podría desaparecer por completo.

Para: Carmabelle@hsp.xx.com
De: Beezy3@gomail.net
Asunto: Carmen-el-oso

Vamos a tener disturbios carmic por aquí.
Sé que estás en el modo de hibernación y yo, de todas las personas, tengo una idea de lo que se trata.
Pero Carma,  es junio. Es hora de salir y estar con tus amigos que te quieren.
Tratamos de ir a Gilda, pero sin ti no pudimos continuar. No se pudo, 
El zumbido de Bee




 
Era muy diferente ser una chica con novio.


Bridget meditaba sobre esto mientras caminaba por la calle Edgemere desde la casa de Lena a la suya.
Su meditación se había iniciado momentos antes, cuando un hombre que conocía vagamente de la escuela secundaria salió de su coche y gritó: -¡Hola, preciosa! y sopló un beso.
En el pasado, podría haberle gritado algo.

Ella podría haberle devuelto el  beso. Podría haberle levantado el dedo, dependiendo de su estado de ánimo. Más, de alguna manera, todo parecía diferente ahora que era una chica con novio.


Había pasado casi un año para acostumbrarse a ello. Era particularmente complejo cuando sólo lo veías por un día o dos cada mes, cuando  él se iba a la escuela en Nueva York y  tú te ibas a la escuela en Providence, Rhode island. Su estatus era más teórico.
Por cada chico que te gritaba desde la ventanilla del coche, por cada chico  de primer año de psicología  que pasabas por el camino que, en cierto modo, te observaba, pensabas: “él  no se da cuenta de que tengo  novio”.
Cada vez que veía la cara entrañable de Eric, cada vez que aparecía en la puerta de su dormitorio o  iba a su encuentro en la Autoridad Portuaria de Nueva York, todo regresaba. La forma en que la besaba. La manera en que llevaba los pantalones, la forma en que se quedaba despierto toda la noche con ella para que estuviera lista  para el segundo trimestre  de español. Más  se convirtió  en teórico luego que  Eric le contó sobre México. Había conseguido un trabajo como asistente de dirección en su campamento antiguo en Baja California.


-Me voy el día después del final de las clases-  le había dicho por teléfono en abril.


No había incertidumbre, ni preguntas ni  una pausa prolongada. No había nada para ella.
Apretó la mano con más fuerza alrededor del teléfono, pero  no quería traicionar sus sentimientos caóticos. No era buena para quedarse.


 -¿Cuándo volverás? -preguntó ella.


-A finales de septiembre. Me voy a quedar durante un mes con mis abuelos en Mulegé. Mi abuela ya comenzó a cocinar - Su risa era luminosa y dulce. Él actuaba como si fuera a estar  tan contenta por él como lo estaba por sí mismo. Él no comprendía su oscuridad.

A veces  tú colgabas  el teléfono y sentías los golpes de tu corazón. Dolía ahora y  dolería más tarde. La conversación era muy insatisfactoria como  para continuarla y sin embargo, no podías soportar que terminara. Bridget quería tirar el teléfono y también a sí misma, contra la pared.
 Había creído que los planes de Eric para el verano la incluirían, de alguna manera.

Ella pensaba que tener un novio significaba planear su futuro en armonía. ¿Era su certeza debido a que ella se lo hacía tan fácil?, ¿o era la indiferencia?
Fue a dar un largo plazo y conversó consigo misma en voz baja. No era como si estuvieran casados ​​ni nada.
No se sentía herida por lo mismo. Sabía que no era personal. El trabajo de ayudante de dirección era un golpe de suerte, que pagaba bien y lo acercaba  a su familia lejana.
No se sentía herida, exactamente, pero en los días después de que él se lo dijo, ella consiguió la energía necesaria para moverse. No sentía que debiera quedarse por ahí extrañándolo. Si no hubiera sido tomada por sorpresa, atrapada en una presunción dolorosa,  probablemente no se hubiera inscrito para la excavación en Turquía tan pronto.


Eric no podía esperar  que se sentara a aguardar por él. Eso no era algo que  ella pudiera hacer. ¿Por cuánto tiempo podía granjearse de tener un novio cuando  este planeaba estar lejos de mayo hasta finales de septiembre? ¿Por cuánto tiempo podrían actuar como pareja? Ella no era una  persona de clase teórica.
Fue después de la conversación acerca de México que realmente comenzó  a preguntarse estas cosas.
Después le  pareció que, por cada hombre que veía en su camino a clase, tenía la sensación de que su estatus como una chica con novio, en su lugar, era una exigencia de algo que había  dado muy ansiosamente.





Tibby miró la hora en su registro. Faltaban cuatro minutos para dejar su turno y por lo menos,  había doce  personas en la fila.
Leyó en una pila de seis películas de una niña pre púber, que usaba una sombra de ojos brillante de color plateado y una gargantilla demasiado llamativa. ¿Los ojos de la niña  eran protuberantes o  Tibby se lo estaba imaginando?


- ¿Vas a ver todo esto? -Tibby le preguntó con aire ausente. Era viernes. Los cargos por mora eran una patada el lunes. La goma de la niña tenía un fuerte olor de sandía. Mientras la chica mascaba, Tibby pensó en los pescadores de pelícanos, con los anillos alrededor del cuello para que no pudieran tragar sus capturas.


-Porque voy a tener una fiesta de pijamas. Habrá, como siete de nosotras. Quiero decir, si puede venir Callie. Y si no puede, no debería llevar esa, porque todo el mundo la odia. 


“¿Nos gusta eso?” Tibby se preguntaba, mientras la niña empezó a describir cada uno de los gustos específicos de sus amigas. Ahora, su turno terminaría  en dos minutos. Tibby se maldijo por haber iniciado la conversación, en primer lugar. Ella siempre olvidaba el hecho molesto de la formulación de preguntas: las personas tienden a responder.
Tenía once clientes todavía que atender antes de que pudiera, razonablemente, cerrar su caja, y ella no sería más pagada. 

– Ésta está cerrando- gritó al incipiente número doce antes de que pudiera invertir tiempo en su fila.

La siguiente persona era un hombre  joven con barba de chivo y  una cazadora por encima de su capa de portero.
Cuando se movió esta se abrió y  Tibby pudo ver que su nombre era Carl.

 Quería decirle que su película estaba bien, pero apestaba al terminar y la secuela era un insulto a su cerebro, pero se obligó a pensar en el comentario y no lo dijo. Esa sería su regla en el futuro. Podía admitirse a sí misma que a ella le gustaba hablar más que escuchar.
Cerró su caja, dijo sus adioses, y caminó a lo largo de Broadway, antes de entrar a  la calle Bleecker y luego, a la entrada de su dormitorio. Lo malo de su trabajo era que le pagaban  un poco más del salario mínimo. Lo bueno de su trabajo era que se encontraba a tres cuadras de distancia.
El vestíbulo de su dormitorio estaba frío y vacío, salvo por el guardia de seguridad en su escritorio. Todo era diferente ahora que era verano. No había estudiantes charlando, no había sinfonía de tonos  de celulares  llamando.
Hace un mes, el tablón de anuncios grande había sido llenado con veinte avisos de espesor. Ahora estaba limpio hasta el corcho.
Durante el año escolar, el ascensor era socialmente impuesto. Demasiado tiempo para mirar y evaluar y juzgar. En el espacio normalmente lleno de gente, ella sentía la necesidad de significar algo para cada uno de sus compañeros de viaje, incluso aquellos cuyos nombres no sabía. Ahora,  con el lugar vacío, sentía que combinaba con la falsa madera veteada de la pared.
Esta noche las salas estarían vacías. Los programas de verano no se iniciarían hasta después del cuatro  de julio. E incluso entonces no serían más que gente nueva, de carácter temporal, y no sus amigos, y no del tipo del que te preocupabas en el ascensor. Se habrían ido a mediados de agosto.
Era una cosa extraña la universidad. Sentías como si fueras a dar con  la búsqueda de tu vida allí. Cada persona que veías, pensabas: “¿Va a significar algo para mí? ¿Vamos a meternos en la vida de los demás? Ella había hecho un grupo de  pocos amigos verdaderos  en su piso y en las clases de sus películas, pero la mayoría de la gente que ella  veía, sabía,  de buenas a primeras, que  no significarían nada. Al igual que las chicas del equipo de natación que decoraban sus caras con pintura de color morado para demostrar espíritu de escuela, o un chico con el pelo en la cara borrosa, que vestía la camiseta de Warhammer.
Pero, de nuevo, intervino  la voz que recientemente había llegado a considerar como Meta-Tibby (su auto-razón,  nunca  apurada o irritable), ¿quién hubiera imaginado el primer día en el 7-Eleven,   que Brian sería tan importante?
En los cuatro años, desde la primera vez que  había conocido a Brian, muchas cosas habían cambiado. Aunque Brian insistía en que la había amado desde la primera vez que la conoció, ella había pensado que era un doofus para todas las edades. Ella se había equivocado. Estuvo mal. Ahora  tenía un  profundo cosquilleo abdominal  cada vez que pensaba en estar cerca de él.

Hacía nueve meses desde que ellos  se habían... ¿qué? Ella odiaba el término conectado.
Nueve meses desde que habían nadado en ropa interior luego de horas, en la piscina pública y la  había besado con fiereza y se habían enlazado fuertemente,  hasta que sus manos y dedos de los pies se volvieron arrugados y sus labios de color azul.
Ellos no habían tenido relaciones sexuales todavía. No oficialmente, a pesar de las súplicas de Brian. Pero desde aquella noche de agosto, sentía como si su cuerpo  le perteneciera a Brian, y su cuerpo a ella. Desde aquella noche en la piscina, la forma en que se querían había cambiado.
Antes, ellos tenían su espacio personal. Después, compartían el espacio. Antes de esa noche, si le tocaba el tobillo a ella en la mesa del comedor, se ruborizaba y obsesionaba  y llenaba de sudor su blusa.
Después de esa noche siempre había alguna parte que tocar. Leían juntos en una cama doble con todas las partes de sus cuerpos superpuestos, aun concentrados en sus libros. Bueno, para concentrarse un poco en sus libros.
Esta noche este lugar estaría  tranquilo. En algún nivel echaba de menos a Bernie, que practicaba su forma de cantar ópera de nueve a diez, y  a Deirdre, que cocinaba, en verdad,  en el piso de la cocina comunitaria. Pero era un descanso estar sola. Escribiría  e-mails a sus amigas y se depilaría  las axilas y las piernas antes de  que Brian llegara por la mañana. Tal vez pediría comida tailandesa  al sitio que estaba a la  vuelta de la esquina.
Ella lo recogería para no tener que pagar por  la entrega. Odiaba ser tacaña, pero no podía permitirse el lujo de gastar otros cinco dólares.
Ella encajó  su llave en la cerradura suelta. Tan imprecisa era la cerradura  que sospechaba que daría vuelta, prácticamente, con  cualquier llave del dormitorio. Quizás, cualquier llave en el mundo. Era un pequeño candado tarty. Abrió la puerta y sintió una vez más el agradecimiento familiar por ella sola. ¿A quién le importaba si se trataba de siete por nueve pies? ¿A quién le importaba si se ajustaba más al clóset de una sala real? Era suyo. A diferencia de su casa, sus cosas se conservaban tal cual como las dejaba.
Su mirada se dirigió primero a la pulsación de luz bajo el botón de encendido en su computadora. Pasó a la segunda luz verde fija de la batería de su cámara, completamente cargada. A la tercera, en el destello brillante de los ojos, de un alto niño  de pelo castaño y de diecinueve años,  sentado en su cama.
Una descarga en su estómago,  piernas, costillas y cerebro. Eran los latidos del corazón.


-¡Brian!


-Oye -  dijo bajito. Se podría decir que él estaba tratando de no asustarla.
Dejó caer su bolso y se dirigió hacia él, al instante,  ansiosa, se adhirió a sus extremidades.


-Pensé que ibas a venir mañana.


-No pude durar  más de cinco días- dijo, con la cara pegada a su oído.


Era tan bueno que estuviera  a su alrededor. Le encantaba esa sensación. Ella nunca se acostumbraba.


Era demasiado bueno. Injustamente bueno. No podía desalojar a su visión del mundo  y que las cosas  se equilibraran. Pagabas por lo que tenías. En cuanto a la felicidad, esta siempre se sentía como un derroche de dinero.


La mayoría de los chicos decían que llamarían mañana y llamaban el próximo sábado o no lo hacían en absoluto. La mayoría de los chicos decían que estarían allí a las ocho y se presentaban a las nueve y cuarto.
Te mantenían sin consuelo, queriendo y deseando, y molesta contigo misma por todos los momentos que pasabas así.
Ese no era Brian. Brian prometía venir el sábado y llegaba el viernes, en su lugar.


- Ahora estoy feliz-  dijo  él en su cuello.

Ella bajó la mirada hacia el lado de su cara, al varonil brazo. Era tan hermoso, y sin embargo,  lo llevaba a la ligera. La forma en que parecía que no era lo que hacía que lo amara, pero ¿era malo notarlo?
Él le dio la vuelta sobre la cama. Ella forzó a sus zapatos para salir de sus pies. Él le  sacó su blusa y puso su cabeza sobre su vientre desnudo, sus brazos alrededor de sus caderas, sus rodillas dobladas en la pared. Si esta habitación era pequeña para ella, apenas contenía a Brian cuando se estiró. No podía dejar de patear la pared de vez en cuando. Esta noche se alegraba de no tener que sentirse culpable por el hombre en la 11-C.
Era algo así como un milagro, eso era. Su propia habitación. No te ocultabas ni  mentías, no  te salías con la tuya. Ningún padre o madre a quien dar cuentas de tu tiempo. Ningún  toque de queda que evadir.
El tiempo se reducía. Ellos comían lo que querían para la cena, o al menos, lo que podían permitirse. Recordó la noche  en que habían tenido dos barras de Snickers cada uno para la cena y el helado de crema para el postre. Se quedaban dormidos juntos, con la mano en el pecho o  en el valle de la cintura, y se despertaban juntos a la luz del sol desde su ventana orientada al este. Era tan bueno. Demasiado bueno. ¿Cómo  ella podía  hacer esto?


-Te amo- murmuró él, con las manos pasando debajo de su camiseta. No se desconectaba de ese golpe, ese vacío momentáneo en el que estaba destinada a responderle. Sus manos estaban ya en  sus hombros, esperando por darle un beso de verdad. No  necesitaba decirlo de nuevo.


Ella solía tener la idea, una creencia no probada, que amar de verdad a alguien era una especie de danza espejo. Eras amado en respuesta exacta a cuánto estabas dispuesta a amar.


Brian no era así. Amaba abiertamente y sin esperar reciprocidad. Era algo que la asombraba, pero que lo distinguía, como si él hablara mandarín o pudiera encestar una pelota de baloncesto.
Ella metió la mano debajo de su camiseta, sintiendo su  espalda caliente, los huesos de ángel.


- Te amo- dijo. Él no pregunto eso, pero ella lo dijo igual.


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