lunes, 23 de septiembre de 2013

The Cuckoo's Calling - Prólogo y Primer Capítulo

Bien, es la primera vez que dejo algo de J.K... supongo que por tratarse de ella en su doble identidad, Robert Galbraith o por la fabulosa trama tejida.

Éstos días me he alejado un tiempo de todo, para meditar, aprovechando las fiestas patrias. Agradecí a la vida, por sus segundas oportunidades y siento que puedo demostrar mejor quién soy... quién realmente soy. Dios y su bendito buen humor me dieron la señal, yo sólo la aproveché lo mejor que pude.

Me siento bien conmigo misma, no lamento ya las cosas que terminaron, las relaciones que acabaron, para ser más específica y tampoco las miro con nostalgia, sólo lamento desperdiciar mi tiempo entre cínicos.
Y ojalá alguien se pase por mi pequeña entrada. Saludos ^^

PD: Compren el libro apenas salga. Yo lo esperaré para ponerlo en la estantería. Puedo leer en inglés, pero no hay nada como el idioma natal.


¿Por qué naciste cuando la nieve estaba cayendo?
Deberías haber llegado a la llamada del cuco, o cuando las uvas están verdes en el racimo.
O, al menos, cuando las golondrinas se reúnen, por su miedo a partir al morir el verano.

¿Por qué te moriste cuando los corderos estaban naciendo?
Deberías haber muerto con la caída de las manzanas, cuando el saltamontes llega a molestar,
y los campos de trigo son hojarasca mojada,
y todos los vientos van suspirando por las cosas dulces que mueren.

Christina G. Rossetti, “Un canto”

Prólogo

Infeliz aquel cuya fama hace a sus desgracias famosas

Lucius Accius, Télefo


LA VIBRACIÓN EN LA CALLE era como el zumbido de las moscas. Los fotógrafos se encontraban en masa detrás de barreras vigiladas por la policía, sus cámaras de largo hocico a punto, su respiración subiendo como vapor. La nieve caía constantemente en los sombreros y los hombros, los dedos enguantados,  lentes claros empañados. De vez en cuando se producían estallidos de click inconexos, mientras los chismosos llenaban el tiempo de espera mediante el ajuste de la tienda de lona blanca en el medio de la carretera, a la entrada del bloque de departamentos altos de ladrillo rojo detrás de él, y el balcón en la parte superior de la planta donde había caído el cuerpo.

Detrás de los paparazzi estaban apretadas unas furgonetas blancas con enormes antenas parabólicas en sus tejados, y periodistas hablando, algunos en lenguas extranjeras, mientras que los técnicos de sonido  en auriculares se cernían. Entre las grabaciones, los periodistas pateaban el suelo y se calentaban las manos con vasos de café caliente del concurrido local  a pocas calles de distancia. Para matar el tiempo, los camarógrafos con gorros de lana filmaban las espaldas de los fotógrafos, el balcón, las carpas ocultas; luego, reposicionaban para planos generales que abarcaban el caos que había explotado dentro de la tranquila y cubierta de nieve, calle Mayfair, con sus líneas de puertas de color negro brillante enmarcadas por pórticos de piedra blanca y flanqueadas por arbustos de poda topiaria. La entrada número 18 estaba limitada con cinta adhesiva. Funcionarios de la policía, algunos de ellos con ropa blanca de expertos forenses, se divisaban en el pasillo más allá.

Las estaciones de televisión ya habían emitido durante varias horas. Los miembros del público se agolpaban a ambos lados de la carretera,  en la bahía  se apiñaban más policías; algunos habían llegado, por fin, a ver, otros se habían detenido en su camino hacia el trabajo. Muchos teléfonos móviles eran sostenidos en alto para tomar fotos antes de continuar. Un joven, a su vez, sin saber cuál era el balcón crucial, fotografiaba  cada uno de ellos, a pesar de que el central estaba lleno de una hilera de arbustos, tres limpias orbes verdes, que apenas dejaban espacio para un ser humano.

Un grupo de chicas habían traído flores, y filmaron al momento de entregarlas a la policía, quiénes todavía no se habían decidido en qué lugar dejarlas, pero las pusieron tímidamente en la parte trasera de la camioneta policiaca, conscientes de las lentes de las cámaras siguiéndolas en cada movimiento que hacían.
Los corresponsales enviados por canales de noticias mantenían las veinticuatro horas un flujo constante de comentarios y especulaciones en torno a los pocos hechos sensacionales que conocían.

-...De su ático, alrededor de las dos de la mañana, la policía fue alertada por el guardia de seguridad del edificio...
-...No obstante, hay señales de que estaban moviendo el cuerpo, lo que ha llevado a algunos a especular...
-...No se sabe si estaba sola cuando cayó...
-... Los equipos han entrado en el edificio y han llevado a cabo una exhaustiva búsqueda.

Una luz fría llenaba el interior de la tienda. Dos hombres estaban agachados junto al cuerpo, listos para por fin moverlo dentro de una bolsa para cadáveres. Su cabeza había sangrado un poco en la nieve. La cara había sido aplastada, inflamada, un ojo reducido a una arruga, el otro enseñaba algo así como una franja de blanco opaco entre los párpados hinchados. Cuando la parte superior del top de lentejuelas que llevaba brillaba con ligeros cambios de luz, daba una impresión inquietante de estar moviéndose, como si ella respirara de nuevo, o  los músculos se tensaran, listos para subir. La nieve goteaba en la punta de los suaves dedos sobre la lona.

-¿Dónde está la maldita ambulancia?

El temperamento del Detective Inspector Roy Carver iba en aumento. Un hombre panzón con el rostro del color de la carne enlatada, cuyas camisas generalmente estaban rodeadas de sudor alrededor de las axilas, su escaso cúmulo de paciencia  se había agotado hace horas. Había estado allí casi tanto tiempo como el cuerpo, sus pies estaban tan helados que ya no los podía sentir, y  estaba mareado por el hambre.

-La ambulancia está a dos minutos- dijo el sargento Eric Wardle, sin intención de responder a la pregunta  de su superior, mientras él entraba en la tienda con su móvil adherido a la oreja. -Sólo he organizado un espacio para ello.
Carver gruñó. Su mal humor se vio agravado por la convicción de que Wardle estaba emocionado por la presencia de los fotógrafos. Juvenilmente apuesto, con el cabello ondulado grueso, marrón  ahora helado con la nieve; Wardle se había, en opinión de Carver, entretenido en sus pocas incursiones fuera de la tienda.

-Al menos, ese tumulto desaparecerá cuando el cuerpo se haya ido- dijo Wardle, todavía mirando a los fotógrafos.

-No van a largarse mientras estemos aun tratando el lugar como una puta escena de asesinato- espetó Carver.
Wardle no respondió al  tácito desafío; de todos modos, Carver explotó.

-La pobre saltó aterrada. No había nadie más allí. Tu llamado testigo quedó aturdido.

-Está llegando- dijo Wardle, y para disgusto de Carver, se deslizó de nuevo fuera de la tienda  para esperar a que la ambulancia quedara a la vista de las cámaras.

La historia obligó a hacerse a un lado a las noticias de política,  guerras y  desastres, y cada versión de ella brillaba con fotos del rostro perfecto de la mujer muerta, su cuerpo esbelto y esculpido. En cuestión de horas, los pocos hechos conocidos se habían extendido como un virus a millones de televidentes: la pública progresión con el famoso novio, el viaje a casa, los gritos y al final,  la caída fatal...

El novio huyó a un centro de rehabilitación, pero la policía se mantuvo inescrutable, los que habían estado con ella la noche anterior a su muerte fueron acosados, miles de columnas de papel para periódico estaban llenas, y horas de noticias en la televisión, y la mujer que juró que había escuchado un segundo argumento momentos antes que el cuerpo cayera, brevemente se convirtió en famosa también, y fue galardonada con fotografías de tamaño más reducido al lado de las imágenes de la hermosa chica muerta.
Pero entonces, a un casi audible gemido de decepción, se demostró que la testigo había mentido, y ella se retiró a rehabilitación, y el famoso sospechoso emergió, como el hombre y la mujer en una casa del clima* quiénes nunca pueden estar fuera, al mismo tiempo.

Así que fue un suicidio, después de todo, y luego de un momento de pausa a causa del asombro, la historia ganó un segundo débil aire. Escribieron que estaba desequilibrada, inestable, inadecuada para el estrellato que su salvajismo y su belleza habían atrapado, que se había movido entre una clase adinerada inmoral que la había corrompido, que la decadencia de su nueva vida había desquiciado a una personalidad frágil. Ella se convirtió en un cuento de moral rígida de Schadenfreude*, y tantos columnistas hicieron alusión a Ícaro*que Private Eye publicó una columna especial.

Y entonces, por fin, el frenesí mismo se estancó, e incluso los periodistas ya no tenían nada que decir, puesto que ya habían dicho demasiado.


Palabras que me pillaron:
1. Weatherhouse*: Si bien entiendo la separación, tuve que buscar su significado, así que se los dejo; "Un modelo de casa con dos figuras humanas; una que sale para predecir el mal tiempo y la otra para predecir el buen tiempo".
2. Schadenfreude*: Palabra alemana que designa el sentimiento de alegría creado por el sufrimiento o la infelicidad del otro.
3. Ícaro: Sé quién es, pero aun así, ahora soy amable... no, no... ¡Busquen en mitología griega y sabrán quién rayos es! (muy largo de explicar, me temo)




“En pleno revés de la fortuna la más desdichada manifestación de la desgracia es el recuerdo de haber sido feliz”
Boecio, “Consolación de la filosofía”



I


A pesar que Robin Ellacott a sus veinticinco años había visto sus momentos de drama e incidentes, nunca antes había despertado con la certeza de que ella iba a recordar el día siguiente durante el resto de su vida.
Poco después de la medianoche, su eterno novio, Matthew, le había pedido matrimonio bajo la estatua de Eros en el centro de Piccadilly Circus. En primer término se sintió aturdida, poco después de su respuesta afirmativa, él le confesó que había estado planeando preguntarle en el restaurante tailandés donde acababan de comer la cena, pero que él no había contado con la pareja silenciosa al lado de ellos, que había espiado toda la conversación. Por consiguiente,  le había sugerido dar un paseo por las calles oscuras, a pesar de las protestas de Robin; que ambos necesitaban levantarse temprano, y finalmente, la inspiración le había poseído, y  desconcertado la había conducido a los pasos de la estatua. Allí, arrojando la discreción al viento frío (en una forma más al estilo de Matthew), se había propuesto arrodillado, frente a tres vagabundos que se amontonaban en los pasos, compartiendo lo que parecía una botella de alcohol de quemar.

En opinión de Robin, había sido la propuesta más perfecta, nunca sucedida en la historia del matrimonio. Incluso había un anillo en el bolsillo, que ahora estaba usando, un zafiro con dos diamantes que encajaba perfectamente, y en todo el camino de regreso a la ciudad seguía mirando su mano que descansaba en su regazo. Matthew y ella tenían ahora una historia que contar, una divertida historia de familia, del tipo que le cuentas a tus hijos, en la que su planificación (ella adoraba que él la hubiese planeado) salía mal, y se convertía en algo espontáneo. A ella le encantaron los vagabundos, y la luna, y Matthew, lleno de pánico y  de nervios, sobre una rodilla; le fascinaban Eros y  la  vieja sucia Piccadilly, y el taxi negro que habían tomado a  su casa en Clapham. De hecho,  se encontraba no muy lejos de amar todo Londres, algo en lo que ella no había reparado durante el mes que llevaba viviendo allí. Incluso los viajeros pálidos y agresivos aplastados en el tubo del coche a su alrededor eran  bañados por el resplandor dorado del anillo y cuando salió a la fría luz de marzo en la Estación de metro de Court Road, en Tottenham, mientras acariciaba la cara inferior de la banda de platino con su pulgar,  experimentó una explosión de alegría ante la idea de que podría comprar algunas revistas de novias en el almuerzo.

Las miradas masculinas se detuvieron en ella mientras se abría paso a través de las obras viales en la parte superior de  la calle Oxford, consultando un pedazo de papel en la mano derecha. Robin era, en todos los sentidos, una chica bonita, alta y curvilínea, con largo cabello rubio rojizo que ondulaba a medida que avanzaba a paso ligero por el aire frío añadiendo color a sus pálidas mejillas. Este era el primer día de un nombramiento de secretaria de una semana. Había estado sin trabajo temporal desde que había venido a vivir con Matthew a Londres, aunque no por mucho tiempo, ella tenía lo que denominaba entrevistas "adecuadas", ahora ordenadas.

La parte más difícil de estos trabajos parciales soporíferos  a menudo se encontraban en las oficinas.
Londres, después del pequeño pueblo de Yorkshire que había dejado, se sentía inmenso, complejo e impenetrable. Matthew le había dicho que no caminara con la nariz en una A-Z, lo que la haría parecer una turista y la convertiría en vulnerable; por lo que confió, a menudo en el mapa pésimamente dibujado a mano que alguien en la agencia de trabajo temporal había hecho para ella. No estaba convencida de que esto la hiciera aparentar ser una londinense nativa.
Las barricadas de metal y las paredes Corimec azules de plástico alrededor de la obras viales hacían que fuera mucho más difícil ver dónde debería ir, porque oscurecían la mitad de los puntos de referencia dibujados en el papel  que llevaba en la mano. Cruzó la rota carretera en frente de un bloque de oficinas de torre, etiquetado como "punto central" en su mapa, que se parecía a una galleta gigante de concreto, con su densa red de ventanas cuadradas uniformes, y se dirigió en la dirección cercana a la calle Denmark.
Lo encontró casi por casualidad, después de un estrecho callejón llamado Denmark Place, en una pequeña calle llena de escaparates coloridos: ventanas repletas de guitarras, teclados y todo tipo de música efímera. Las barricadas rojas y blancas rodeaban otro agujero abierto en la carretera, y los trabajadores con chalecos reflectantes la saludaron con silbidos, mientras Robin se fingía sorda.
Consultó su reloj. Después de haber permitido sobrepasar su margen habitual de tiempo para perderse, que era un cuarto de hora antes. La insignificante puerta pintada de negro de la oficina que buscaba estaba a la izquierda del bar café 12, el nombre del ocupante de la oficina estaba escrito en un pedazo de papel rayado rudimentario grabado junto al timbre de la segunda planta. En un día cualquiera, sin el nuevo anillo de brillantes en el dedo, podría haber encontrado esta experiencia desagradable, hoy en día, sin embargo, el papel sucio y la pintura descascarada en la puerta de fuera, como los vagabundos de la noche anterior, hacían a esos detalles pintorescos, sobre el telón de fondo de su gran romance. Miró su reloj otra vez (el zafiro brillaba y su corazón saltó, podría observar el resplandor de esa piedra todo el resto de su vida), luego decidió, en un arranque de euforia, ir temprano y mostrar interés en un trabajo que no le importaba en lo más mínimo.

Acababa de tocar el timbre cuando la puerta negra se abrió de golpe desde el interior, y una mujer salió a la calle. Por un segundo extrañamente estático las dos se miraron a los ojos, ya que estaban a punto de colisionar. Los sentidos de Robin estaban inusualmente receptivos en esta mañana encantada; la mirada en una fracción de segundo de aquel rostro blanco hizo tal impresión en ella que pensó, momentos más tarde, cuando habían conseguido esquivarse, la falta de contacto por un centímetro, después que la mujer oscura se fuera corriendo por la calle, en la esquina y lejos de su vista, que ella podría haber dibujado su perfección de memoria. No sólo se trataba de la extraordinaria belleza del rostro que se había quedado impresa en su mente, sino la expresión: lívida, pero extrañamente eufórica.
Robin sostuvo la puerta antes de que se cerrara sobre el hueco de la sucia escalera; aquella antigua en espiral alrededor de un ascensor jaula también pasado de moda. Concentrándose en impedir que sus zapatos de tacón quedaran atrapados en las escaleras de metal, procedió a su primer descenso, pasando por una puerta que tenía un cartel laminado y enmarcado que decía Gráficos Crowdy, y continuó subiendo. Sólo cuando llegó a la puerta de vidrio en el piso superior Robin por primera vez notó el tipo de negocio para el que había sido enviada a colaborar. Nadie en la agencia se lo había dicho. El nombre en el papel junto al timbre exterior estaba grabado en el cristal: C.B. Strike, y debajo de él, las palabras: Detective Privado.
Robin se quedó inmóvil, con la boca ligeramente abierta, experimentando un momento de asombro que nadie que se preciara de conocerla podría haber entendido. Ella nunca había confiado a ningún ser humano (inclusive a Matthew) su vida, secreto e infantil ambición. ¡Para que, de todos los días, eso sucediera hoy! Ella sentía como si Dios le estuviera guiñando un ojo (y esto también de alguna manera lo conectaba con la magia del día, con Matthew, y el anillo, pese a que propiamente considerado, no tenían sin lugar a dudas ninguna conexión).

Saboreando el momento, se acercó a la puerta grabada muy lentamente, extendió su mano izquierda (ahora zafiro oscuro en esta luz tenue) hacia el pomo, pero antes de que ella lo hubiese tocado, la puerta de cristal también se abrió.
Esta vez, no pudo impedir el choque. Un hombre de aspecto desaliñado se estrelló contra ella, Robin fue derribada y catapultada hacia atrás, su bolso de mano se fue volando, sus brazos suspendidos, directo hacia el vacío más allá de la letal escalera.


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